STALKER
PARTE 1
La casa del guía
Una vivienda sórdida y llena de trastos. Una temprana mañana de
invierno. Afuera reinan las tinieblas. Un hombre taciturno aparta la frazada y
se levanta silencioso de la cama. Toma en sus brazos la ropa, sale de puntillas
al cuarto de baño y empieza a vestirse. No advierte que en el umbral del cuarto
de baño aparece su mujer, desgreñada y soñolienta, desaseada, en ajado camisón
de dormir. - ¿A donde vas tan madrugador? No responde. Lo atrapó - A buscar
sapos en la tierra…Volveré pronto. Tengo un asunto. Tú duerme - -¿Que quiere
decir pronto? - Te he dicho que volveré y basta. Tú duerme. - No mientas. Sé a
donde vas. Ni se te ocurra. No te dejo que vayas. - ¡Cálmate! Y no grites… - No
quiero que vayas. Me lo decía el corazón: ¡otra vez a las andadas! ¿Quieres que
te metan entre rejas? - Vale más la cárcel que…que esta vida. Para mí basta. -
Tú no te vas a ninguna parte.
El se endereza bruscamente. Ella grita:
- ¡Anda, pégame, pégame, eso sí puedes hacerlo! ¿Por que no me pegas? ¡Clazonazos,
eres un calzonazos! ¿Donde está tu palabra? ¡Mira en lo que te has convertido!
- ¡Cálmate te digo! Vas a despertar a la criatura… - ¡Y la despertaré! ¡Que vea
a su papito! ¡Mira que eres! Dime, ¿Donde esta tu palabra? ¿Dónde? Como un
ladrón, de puntillas… - ¡Lo que soy, un ladrón! ¡Con lo que me sales ahora!
¿Has descubierto America? Pero no se lo quito a la gente…¡He dicho que te
calmes! - No, ahora no me calmaré. Cinco años fuiste a la Zona y estube
callada. Esperando a cada instante que te apañaran. Callé mientras estuviste en
la cárcel. ¿Me oiste decir una sola palabra, eh? ¡Dos años sin ver en esta casa
un centavo, y yo callando! La pulsera, el recuerdo de mi mamá, la robaste, te
la jugaste en el hipódromo, ¿o crees que no sé lo que fue de ella? - ¿Te vasa a
callar o no? - Oyeme. ¡Te lo pido! Nunca te pedí nada. Si quieres me pongo de
rodillas…Espera, espera un momento vuelvo en seguida…
Sale corriendo del cuarto de baño y vuelve con un sobre en las manos.
- Mira, aqui tienes dinero, ¿quieres? Tómalo, vete con los amigos a las
carreras…a lo mejor tienes suerte… - ¿Que me das? ¿Estás loca? Si ese dinero lo
guardamos para el médico… - No importa, ya conseguiré más. Pediré prestado…Pero
no vayas allá… - ¡Calmate de una vez! ¿Puedes callarte? No pediras prestado,
nadie te dará más… ¡Mira a quien te pareces! ¿No podemos seguir viviendo así!
- ¡Pero si me lo habias prometido! ¡Me habias dado tu palabra! - Fui un
imbécil, por eso te la di. ¡Tú misma tienes la culpa! ¡Tú misma me has llevado
a este extremo! ¿Quieres que yo, un stalker, pida limosna? ¿Que viva de tu
dinero? Basta. Mejor será que no me estorbes. - ¡Pero si te han prometido
trabajo! ¡Tú mismo me lo dijiste! Si tú ibas a trabajar en un taxi. - ¡Puf,
otra vez me sales con el taxi! ¡Cuantas veces te lo tengo que decir: No
trabajaré para ellos! ¡Nunca he trabajado para nadie! ¡Que trabajen ellos para
mi! ¡Dejame pasar!. - ¡No quiero! - Yo dejé de ir allá. ¿y que ha cambiado? ¿Se
ha puesto bien la nena? ¿O tenemos más dinero? - Y si tú no vuelves, ¿que será
de nosotras? - ¡No seas pájaro de mal agüero! ¡Y si no vuelvo , merecido me lo
tengo!
La empuja.
- ¡Vueno, lárgate! –grita -. ¡Ojala te pudras allá! ¡Madito sea el día
en que te conocí! ¡Sabandija! ¡Te maldijo Dios dandote esta criatura! ¡ Y a mi
por tu culpa, canalla! ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Ladrón!
Rompe a llorar la niña. El sale al rellano dando un portazo. Una
bombilla sin pantalla ilumina vivamente el sórdio descansillo. Un tramo más
abajo, en un rincón del rellano, se tambalea un hombre bien vestido, sin
sombrero, con el gabán manchado. La ancha bufanda floreada se le ha salido y
cuelga hasta el suelo. Mirándolo de cerca se ve que el desconocido está más
borracho que una cuba.
La cafetería
El Stalker atraviesa una manzana de casas por la calle oscura y
embarrada bajo la nieve húmeda. Entra en una cafetería abierta día y noche. No
hay casi nadie, el tabernero dormita tras la barra. Sentado en una mesa toma
café el Científico. Al ver al Stalker miera el reloj, pero éste le hace una
seña con la mano. - Aguarda, voy a tomarme un café.
Toma una taza de café de la barra, se sienta en frente del Científico,
bebe unos sorbos. El Científico lo mira.
- Bueno, tú no te hagas muchas ilusiones. – dice el Stalker- . Puede
ser que volvamos con las manos vacías. Eso depende del tiempo… Conque no te
alegres por adelantado. Vamos ¿No has olvidado la linterna? - No, está en el
auto.
Salen de la cafetería y montan en un auto que se encuentra cerca. El
Stalker se sienta al volante. El auto arranca.
La quinta del escritor
Todas las ventanas están profusamente iluminadas. Se oye música, voces
beodas, risas de mujer. A la puerta de la verja están el Escritor y uno de sus
visitantes. El escritor lleva una larga gabardina negra y una bufanda de punto.
El visitante esta ante él con una botella empezada y una copa en las manos. -
¡Querido! El mundo es un aburrimiento – enfatiza el Escritor tambaleándose y
agitando un dedo-. Más aburrido que una ostra y por eso…no puede haber ni
telepatía, ni fantasmas, ni platillos voladores. Nada de eso… - Si, pero el
memorando de Campbell… -objeta débilmente el visitante. - Cambell es un
romántico. Rara avis in terris, como ya no los hay. El mundo se rige por leyes
férreas, y eso es aburrido hasta más no poder. ¿Usted no se ha dado cuenta
nunca de que es interesante solo cuando se vulneran. Jamás. No saben
vulnerarse. Y no cofíe en los platillos volantes de ninguna especie: eso sería
demasiado interesante… - Pero el triángulo de las Bermudas…No va a discutir
usted que… - Si. Lo discuto. No existe ningún triángulo de las Bermudas. Existe
el triángulo a-b-c que es igual al triángulo a-prima, b- prima, c-prima…¿Usted
siente que fastidioso aburrimiento encierra esta afirmación? En la edad media
sí que era interesante. Había brujas, fantasmas, gnomos…Cada casa tenía su
duende, en cada iglesia estaba Dios…La gente era joven, ¿comprende usted? Pero
ahora de cada cuatro uno es un viejo. Que aburrimiento, ángel mío. ¡ Ay, qué
aburrimiento! - Pero usted no va a discutir que la Zona…es una creación de una
supercivilización que… - Pero si la Zona no tiene nada que ver con ninguna
supercivilización. Simplemente se ha manifestado otra pícara y aburrida ley que
antes no conociamos… Y aunque sea de una supercivilización…tambén es
seguramente un aburrimiento… También tendrán sus leyes, sus triángulos y nada
de duende, ningún dios…
Zumido del auto. El Escritor se vuelve.
- Vienen por mí.- dice-. Adiós amigo del alma…
Le quita la botella al visitante y se encamina hacia el auto. Al
resplandor de los faros junto a la portezuela del conductor aparece una cara
risueña y húmeda que al instante se alarga perpleja.
- Perdón – profiere el Escritor -. Creí que venían por mí. - Por usted,
si. Por usted – dice el Guía -. Siéntese atrás. - Ah, está usted aquí… encantado.
Pero ¿Quien es ese tipo? Me parece que lleva gafas… - ¡Rápido!
El auto arranca. El Escritor se desploma en el asiento trasero.
- Debo decirles – pronuncia tartamudeando -. Que me he llevado una
pequeña sorpresa: ¿de donde han salido las gafas? ¿Por qué mi guía usa gafas?
El Científico aprieta los labios.
- ¡Las gafas, dela las vueltas que quiera, son un síntoma de
intelectualismo! – pontifica el Escritor.
El guía pronuncia por encima del hombro:
- ¿Empinaste el codo? - ¿Yo? ¿En qué sentido… De ninguna manera. No
empiné el codo. He tomado unas copitas, si. Antes de marchar a pescar. Porque
ahora vamos a pescar. ¿No?
El puesto de guardia.
El auto para en un camino vecinal. En torno se divisan confusamente
húmedos matorrales. El Guía se apea silenciosamente del auto y se dirige a
donde, al final del camino, rebrilla el asfalto húmedo. El Científico se apea
también, le da alcance y anda al lado. - Para que ha tomado usted a ese
intelectual? – pregunta. - No importa.- reponde el Guía-. Se serenará. Se lo
prometo. – Y tras dar una pausa, añade-: Por otra parte, su dinero no es peor
que el de usted…
El Científico lo mira rápidamente, pero no vuelve a abrir la boca. Se
detienen en una encrucijada y desde los matorrales miran al puesto de Guardia
que está en la carretera, a unos cien metros más adelante. En la casita hay luz
en la ventana. Al lado, al resplandor lívido de un potente reflector, negrean
dos motos con sidecar y un auto patrulla blindado. A la derecha y a la
izquierda de la carretera se aleján a través de las colinas los muros
protegidos con alambrada y torrecillas armadas con ametralladoras. Las puertas
de la Zona están abiertas de par en par.
- La patrulla – dice el Guía. - Están todos dormidos – musita el
Científico-. Hay que tomar carrera y pasar a toda velocidad… No tendrán tiempo
ni para parpadear. - Eres un estratega – dice el Guía -. Rapidea y embate…
Mira abajo, el edificio del Puesto de Guardia sobre el cual desciende
lentamente la niebla ajironada y gris. Dentro de unos minutos la niebla se
tragará el edificio del puesto de Guardia, la puerta cochera y el muro. En la
niebla gris oscila una mancha pálida de luz, como un farol ahogandose.
- Así es mejor. – dice el Guía.
Regresan rápidamente al auto. El Escritor, que se habia dormido en el
asiento trasero, se incorpora.
- ¿Eh? – pronuncia con voz estentórea-. ¿Hemos llegado?
El Guía se vuelve y, agarrandole la cara con los cinco dedos, lo empuja
con fuerza. El Escritor, estupefacto, abre desmesuradamente los ojos; luego
dice en un susurro:
- Entendido… entendido… Me callo.
El auto arranca, sale lentamente a la carretera, vira y despacio, muy
despaciom, en plena corresponda con las señales luminosas del badén que limitan
la velocidad, rueda frente al Puesto de Guardia. Cuando entra en el haz de luz
del reflector arrimolinado en la niebla, en su negra y húmeda carroceria se ve
una inscripción en tres idiomas:
ONU Instituto de Culturas Extraterrestres.
Inesperadamente, detrás tabletea una ráfaga de ametralladora. En la
niebla se enciende el reflector violáceo de la guardia. El auto corre en
tineblas a toda velocidad por el húmedo camino. El Guía, con una colilla
apagada en la comisura de la boca, maneja el volante.
El resplandor de los faros arranca destellos a las gafas de su vecino
de la derecha. El escritor, adelantando el torso, se sujeta con ambas manos al
resplado del asiento delantero y mira fijamente la carretera. Ya se ha serenado
bastante. El Guía quita gas y el auto, con los faros apagados, se desliza
cautelosamente por el camino, se hunde en la cuneta, sale de ella y, resoplando
el motor, se mete en unos matorrales. Luego se para el motor, se apagan las
luces de posición, y la voz del Guía pronuncia en la tinieblas:
- Rápido. Síganme a rastras. No levanten la cabeza, la mochila llévenla
así, a la izquierda. No teman, no nos ven. Si tocan a alguien, no hay que
gritar ni correr: si nos ven nos matan. Hay que arrastrarse atrás y salir de la
carrtera. Por la mañana nos recogerán. ¿Esta todo claro? - Yo tomaría un
traguito…-dice en voz baja el Escritor. - Calma, borrachín…Vamos.
PARTE 2
Antes de la partida
Un túnel oscuro, sin iluminación. Rebrillan los raíles a la luz
danzante de la linterna eléctrica. Los tres se encaraman a la estrecha
plataforma de una vagoneta automotriz. Una chispa azul ilumina con estruendo
por un instante la húmeda bóveda. Pasa al lado una bombilla que arde a media
luz.
- Qué bonito –dice el escritor-. Más oscuro que la boca de un lobo. No
se ve nada. ¿Es verdad que usted es profesor? - Si. - Yo me llamo… -Comienza el
Escritor, pero el Guía lo interrumpe. - Tú te llamas Escritor. - Hum…-dice el
Profesor-. En ese caso ¿Como me llamo yo? - Tú te llamas Profesor –responde el
Guía. - A mi me llaman Profesor y soy profesor. - Encantado -dice el Escritor.
Pues yo soy escritor y a mí, como es natural, todos me llaman, no se por qué,
Escritor. ¿Se imaginan lo molesto que es? - ¿Es usted un Escritor famoso? - No.
De moda. - ¿Y de que escribe usted? - Cómo decírselo…Principalmente de
lectores. Ellos no quieren leer otra cosa. - Creo que tiene razón –indica el
Profesor-. Seguramente no vale la pena escribir de otra cosa. - No tienen razón.
En general, no vale la pena escribir. De nada. ¿Y usted es químico? - Más bien
físico. - Tambien debe ser aburrido, ¿no? - Es posible. Sobre todo cuando no se
tiene suerte en mucho tiempo…
El túnel queda atrás. En las tinieblas del amanecer, iluminada por las
chispas del trole, la vagoneta eléctrica rueda por el terraplen.
- Pues a mí, al revés –dice el Escritor-. Me aburro cuando la suerte me
acompaña mucho tiempo… - ¿A quien acompaña la suerte mucho tiempo? –inquiere el
Guía-. Si tú pierdes cada día en las carreras. - ¡Estimado ojo de lince!
–sermonea el Escritor-. El Profesor y yo hablabamos de otras carreras bien
distintas. Cabalgamos toda la vida, y eso nosotros no lo llamamos steeplechase
sino reflejo de la realidad objetica, o, hablando en lenguaje de los profanos,
busqueda de la verdad. Ella se esconde, y nosotros la buscamos. La encontramos,
la atrapamos, nos divertimos y seguimos corriendo. ¿No es cierto, Profesor? -
Mi verdad, en todo caso, no se esconde –responde el Profesor-. “Dios es astuto,
pero no malintencionado”. - El diablo –corrige el Escritor. - Enstain decia
“Dios” y se referia a la Naturaleza.
- Pero los maníqueos decían “el diablo” y se referían al diablo. Pues
bien, su diablo, quizá, no sea malintencionado: escondió la verdad de ustedes
al comienzo mismo una vez y no ha vuelto a acordarse de ella. Y ustedes andan
cavando tan pronto en un lugar como en otro. Cavan en uno, ah, el núcleo esta
formado por protones. Cavan en otro, ¡que hermosura!, el triángulo a-b-c es
igual al triángulo a-prima, b-prima, c-prima. No se han situado mal. Mi diablo
es otra cosa. No permanece cruzado de brazos. Yo extraigo la verdad, pero él
mientras tanto hace algo con ella. Y resulta que extrayendo la verdad he sacado
una porquería. Tomen, por ejemplo, el principio de Arquímides…Desde el comienzo
mismo era cierto, lo sigue siendo hoy y lo será siempre. Cualquiera lo puede
comprobar, ahí esta. Pero basta tomar cualquier olla del siglo octavo… sí, en
el siglo octavo tiraban a ella las sobras, pero hoy está en el museo
despertando admiración por el laconismo del dibujo y la forma sin par, y todos
alrededor abren un palmo de boca hasta que se aclara que no es del siglo
octavo, que la hizo Gur, el Tuerto y la metió en las excavaciones para causar
sensación… Su forma continuúa siendo sin par y el dibujo lacónico, pero la
admiración, por raro que parezca, desaparece… - Vaya, usted no tiene razón
–dice el Profesor-. Usted habla de los profanos y los snobs. - Nada de eso
–dice el Escritor-. Hablo de las ollas. Yo mismo llevo veinte años
modelándolas. Y como soy un escritor bastante conocido, admiran a los
bibliófilos por el laconismo del dibujo y la forma sin par. Pero dentro de diez
años vendrá un chiquillo y con candoroza simpleza se pondrá a gritar que el rey
está desnudo… Y dentro de cien años -¿Quien sabe?- se presentará otro chiquillo
y empezará a gritar “¡Eureka!”, refiriéndose a mis obras. Casos así ya se han
dado… - ¡Dios mío! –exclama el Profesor-. ¿Y usted piensa en eso continiamente?
- Por primera vez en la vida. En general, pienso muy rara vez. A mí eso me
perjudica. - Quiero decir que no es posible, seguramente, escribir una novela y
pensar continuamente cómo se leerá dentro de cien años… - Claro que no es
posible. Pero, por otro lado, si no la van a leer dentro de cien años, ¿Para
que demonios escribirla? - ¿Y el dinero? –intercede malévolo el Guía-. Tú no
preocupes por él, Profesor, él no piensa en nada de eso. Piensa en mujeres, en
carreras, esas son todas sus meditaciones… ¡La pura verdad! Vale más que le
preguntes a cuánto le pagan la línea.
Pausa. Después el Profesor dice en voz baja:
- Si todo es tan sencillo, ¿Para qué ha venido con nosotros a la Zona?
- Silencio… -ordena el Guía.
La vagoneta aminora la marcha. Delante, saliendo de las tinieblas, se
va acercando un edificio de la estación medio derruido.
- Hemos llegado. – El Guía salta a los durmientes-. ¡Un descanso! -
¡Quita allá! –profiere el Escritor enderezándose-. Bueno, ¿al menos se podrá
tomar un trago?
Encima de un periódico extendido sobre la plataforma hay un termo con
café, una botella de licor y unos paquetes abiertos de comida. Los tres
mastican de buena gana, tomando
sorbos de vasitos plegables. Ha clareado del todo, pero no se ha
disipado la niebla, es tan densa como antes, , aunque no lechosa, sino verdosa.
- Para mí, ustedes dos son unos novatos –dice el Guía-. No los he visto
en la Zona y no espero nada bueno de ustedes. Ustedes me han contratado, y yo
me esforzaré por que queden vivos el mayor tiempo posible, y por eso no se
ofendan. No tengo tiempo para los cumplidos. Les cascaré con lo que tenga a
mano si no hacen algo bien… - Por favor, que no sea en el brazo izquierdo –dice
el Escritor. - ¿Por qué? - Me lo fracturé en la infancia. Lo cuido. - Ah… -El
Guía se sonríe malicioso-. Creí que eras zurdo y escribías con la izquierda.
Bueno entonces te zumbaré en la cabeza. ¿Qué tal la tienes desde la infancia? -
Usted es demasiado severo con nosotros –dice el Escritor y alarga la mano hacia
la botella.
El Guía agarra la botella, enrosca con fuerza el tapón y se la guarda
en el bolsillo del anorac.
- Eje-je-je-je –pronuncia el Escritor y se sirve el café. - Que
silencio –dice el Profesor. Fuma pensativo, recostando la espalda en la lateral
de la vagoneta. - Aquí siempre hay silencio –dice el Guía-. Las ametralladoras
quedan lejos, a unos quince kilómetros, y en la Zona no hay quien haga ruido. -
¿Será posible que estén a quince kilómetros? –se sorprende el Profesor-. Yo no
tenía ni idea de que se podía penetrar tanto… - Se puede. Penetraron. Ahora se
disipará la niebla, y verás cómo penetraron.
De repente se oye en la niebla un ruido prolongado y chirriante. Todos
se estremecen, hasta el Guía.
- ¿Qué es eso? –pregunta solamente con los labios el Escritor, que se
ha puesto pálido.
El Guía menea la cabeza callado.
- ¿Y si, a pesar de todo, es verdad que aquí…viven? –pregunta el
Profesor. - ¿Quién? –inquiere despectivo el Guía. - No sé… Pero una leyenda
cuenta que quedó gente en la Zona… - Eso son habladurías y no leyenda –le interrumpe
el Guía-. Aquí no hay ni puede haber nadie. Es la Zona, ¿entendido? ¡la Zona!
Mientras tiene lugar esta conversación, el Escritor gira la cabeza
pasando la mirada de uno a otro. Está todavía pálido, pero se va sosegando poco
a poco.
- Yo, claro, comprendo –dice- que la Zona es la Zona y no una mazona,
ni una mona ni una comilona… Pero, por si acaso, algo he traído conmigo. - ¿Que
has traído? –El Guía fija los ojos en el Escritor.- ¿que has traído,
espantapájaros?
El Escritor se da significativamente unas palmadas en el trasero.
- Dame tu cacharro –dice el Guía y extiende la mano. - ¿Para qué? -
¡Damelo, te digo!
El Escritor titubea. La expresión de significativa superioridad
desaparece de su semblante.
- En la Zona no hay que disparar, imbécil –dice el Guía-. Dame tu
pistola. - No se la doy –dice con decisión el Escritor, pero añade en seguida,
bajando el tono-: La necesito yo, ¿comprende? - Comprendo –dice el Guía en voz
inesperadamente suave-. Pero allí no te va a hacer falta para nada. Si te
zumban de verdad ni Dios te salva. Pero si te hechan el guante o te ves en un
apuro yo te sacaré. Muerto, no, muerto te dejaré. Pero vivo te sacaré. Eso te
lo prometo. No tomo el dinero en balde. Dame.
El escritor saca de mala gana del bolsillo trasero una diminuta
browning de señora.
- No tiene más que una bala –balbucea-. En la recámara. - Entendido…
-El Guía expulsa el cartucho y arroja desdeñoso el arma a los durmientes-. En
la Zona no se puede disparar –dice aleccionador-. En la Zona, no digamos disparar,
a veces es peligroso tirar una piedra. ¿Y tú? –pregunta al Profesor.
Este coge con dos dedos el borde del cuello del anorac.
- Para un caso así yo traigo una ampolleta –dice contrito. - ¿Qué, qué?
- Una ampolleta de defensa. Veneno.
El Guía esta pasmado.
- ¡Venga, venga, muchachos!… No, eso… ¿Es que han venido aquí a morir?
¿No quiere nadie aliviarse? –salta a los durmientes- Miren, después es posible
que no haya tiempo. O no haya dónde…
Se aparta de la vagoneta y desaparece al instante en la niebla.
- Pues, tiene razón, ¿para qué ha venido usted aquí? Un escritor de
moda, con una quinta tan estupenda… Las mujeres, de seguro, se le cuelgan al
cuello en racimos… -El Profesor mira al Escritor enarcando las cejas. - Eso
usted no lo puede comprender, Profesor –responde distraídamente el Escritor,
arrojando al aire y recogiendo en la mano un vasito plegable-. Hay un concepto
que se llama inspiración. Voy a solicitarla. - ¿Cómo es eso, quiere decir que
ha perdido la vena literaria? –pregunta el Profesor en voz baja. - ¿Qué? Ah,
sí, el caso es que nunca la tuve. Bueno, esto no es interesante. ¿Y usted?
El Profesor no tiene tiempo de responder. Aparece el Guía.
- Pronto nos iremos. Prepárense.
PARTE 3
La Zona
La niebla se ha desvanecido. Ala izquierda del terraplén se extiende
hasta el horizonte un llano montuoso, sin el menor síntoma de vida, sumido en
verdosas sombras. Pero sobre el horizonte, propagándose en el claro cielo,
despunta un resplandor esmeralda, puro como el color del arcoiris: el alba
propio de la Zona. Y tras la negra cadena de los cerros asoma pesadamente el
sol verde, roto en varios pedazos desiguales.
- También por esto he venido aquí… -pronuncia con voz ronca el
Escritor.
Su rostro es verdoso como el del Profesor. El Profesor calla.
- No miran donde deben –dice la voz del Guía-. Miren aquí.
El Escritor y el Profesor se vuelven. A la derecha del terraplén
también se prolonga un llano montuoso, se ven a lo lejos unos postes, el
armazón retorcido de una línea de alto voltaje. Se divisa una carretera entre
los cerros. Aquí el terraplén describe un ancho arco, y desde el lugar donde
están nuestros personajes se ve bien la cabeza del convoy que trajo aquí hace
tiempo una unidad de tanques.
Pero algo habia ocurrido ahi, delante, la locomotora y las dos primeras
plataformas habian descarrilado, varias de las plataformas siguientes estaban
atravesadas en la via, los tanques caidos enseñaban los costados o las orugas
al aire en el terraplén y bajo el terraplén. Por lo visto, habian conseguido
bajar varios carros al pie del terraplén y hasta intentaron llevarlos a la
carretera, pero no llegaron: quedaron parados entre la carretera y el terraplén
en pequeños gupos, con los caflones apuntando a diversos lados, algunos, no se
sabe por qué, sin orugas, otros hundidos en el suelo hasta la torrecilla, unos
cerrados herméticamente y otros, con las escotillas abiertas de par en par.
- Y dónde está... la gente? -pregunta en voz baja el Escritor-. Porque
alli habia gente. - Lo mismo pienso yo aqui cada vez -responde el Guia bajando
la voz-. Porque yo los vi embarcar en nuestra estación. Yo era entonces un
chiquillo. Entonces todos creian que eran intrusos que querian conquistarnos.
Por eso lanzaron a estos... Estrategas... -escupe-. No volvió nadie. Ni un
alma. Penetraron. Bueno, basta. Entonces, nuestra dirección general será aquel
poste que se ve alli. . . -Extiende el brazo señalando-. Pero no miren el
poste. Miren a sus pies. Lo he dicho y lo repito otra vez. Ustedes son unos
mierdas. Unos novatos. Sin mi no valen nada, están perdidos como conejos. Por
eso yo iré detrás. Iremos en fila india. Encabezarán la marcha por turno.
Primero irá el Profesor. Yo señalo la dirección, no se aparten porque será peor
para ustedes. Tomen la mochila.
El Profesor se echa, la mochila a la espalda.
- Asi, Profesor, la primera dirección es aquella piedra blanca. ¿La
ves? Andando. -ordena el Guia.
El Profesor comienza a descender del terraplén ell primero. Cuando se
aleja cinco pasos, cl Guia ordena:
- ¡Oye, tú, Escritor! ¡Siguelo!
Y, aguardando un poco, empieza a descender él mismo.
Ha terminado la mañana verde de la Zona, se ha diluido en la luz
habitual del sol.
Tras haber descendido del terraplén, trepan ahora despacio, en fila
india, por la pendiente suave de un cerro. Desde aqui el terraplén se ve como
sobre la palma de la mano. Algo raro ocurre alli, sobre los tanques vencidos;
se diria que chorros de aire caliente ascienden sobre este lugar: de cuando en
cuando se enciende y tornasola en ellos un brillante arco iris.
Pero no miran allí. El Profesor va delante y antes de cada paso
escudriña receloso el lugar donde poner el pie. El Escritor lo sigue, mirando
no tanto a sus pies como a los del Profesor. Observa mal la distancia, pero el
Guia de momento calla. Su mirada resbala con la automática rapidez acostumbrada
de sus propios pies a la nuca del Escritor, a la nuca del Profesor, a la
derecha del Profesor, a la izquierda del Profesor y de nuevo a sus pies.
El Profesor llega a la cumbre del cerro, y el Guia ordena al instante:
- ¡Alto!
El profesor se detiene obediente, pero él Escritor da otros dos pasos y
se vuelve muy disgustado. El Guia está inmóvil, entrecerrados los ojos, y mueve
los dedos de la mano extendida como palpando algo en el aire.
- Bueno, ¿Que pasa ahi? - inquiere con repugnancia el Escritor.
El Guia baja cuidadosamente la mano y se acerca de lado al Profesor. En
su rostro se reflejan la tensión y la perplejidad.
- No se muevan -dice con voz ronca-. Ahi parados, sin moverse...
El Escritor mira a los lados asustado.
- ¡No te muevas, imbécil! -profiere con voz ronca el Guia.
Están inmóviles, como estatuas, y los rodea la hierba verde y apacible,
los arbustos ondulan despacito al soplo del viento, y todo lo ilumina un sol
esplendente y acariciador. Luego el Guia dice de pronto en un suspiro:
- Hemos salido de un mal paso... Andando. No, aguarden, echemos un
pitillo.
Se sienta en cuclillas y saca del bolsillo una cajetilla de tabaco.
Tira de un cigarrillo con los labios y tiende la cajetilla al Profesor, que se
acuclilla al lado. El Escritor pregunta con irritación:
- Bueno, ¿puedo acercarme a ustedes, por lo menos? - Si -responde el
Guia dando una chupada-. Puedes acercarte.Acércate.- Su voz se endurece-. ¿Qué
te habia dicho yo?
El Escritor se detiene a medio camino.
- ¿Que te habia dicho yo, mamarracho? Yo te digo “¡Alto!” y tu sigues
arreando; yo te digo: “¡No te muevas¡”, y tú venga a mover el bote…No, él no
llegará –dice el Guía al Profesor. - ¿Que se le va a hacer? Reacciono mal -dice
quejumbroso él Escritor-. Deme un pitillo, por favor... - Si reaccionas mal
tenias que haberte quedado en casa -dice él Guia, sacando del bolsillo un
puñado de tuercas de diferentes tamaños.
Empieza a “tantear” el camino. Tira una tuerca delante. Pausa. Se
acerca despacio al lugar donde ha caido. Tira otra. Y asi paso a paso, de una
tuerca a otra. El Guia llama al Profesor:
- ¡Venga! Parece que hemos salido del paso. . .
Avanzan con pies de plomo. El Profesor, el Escritor y el Guia. El sol ya
está en lo alto, en el cielo no hay ni una nubecilla, achicharra. A la
izquierda, la ladera; a la derecha, una acequia llena de agua negra estancada.
Profundo silencio, no se oyen pájaros ni insectos, Só1o susurra la hierba bajo
los pies. A los pocos pasos el Escritor empieza a silbar una musiquilla. Da
varios pasos más, se agacha, recoge una varita y sigue adelante golpeando con
la varita la pernera del panta1ón. El Guia observa con dura mirada sus
acciones. Y cuando el Escritor se pone a quebrar con la varita las florecillas
marchitas a diestra y siniestra, el Guia saca del bolsillo una tuerca y la
arroja con buena punteria a la nuca del Escritor. Un repentino chillido
interrumpe el alegre silbido.
El Escritor se lleva las manos a la cabeza y se sienta en cuclillas,
encogiéndose. El Guia se detiene a su lado.
- Asi ocurre -dice-. Pero no creo que te diera tiempo a chillar. . .
¿No te has ensuciado en los pantalones?
El Escritor se endereza lentamente.
- ¿Que ha sido? -pregunta asustado, palpándose la nuca. - He querido
mostrarte lo que ocurriria si vas asi por la Zona! -explica el Guia-. Eres un
suicida.
- Bueno, bueno -responde el Escritor, humedeciéndose los labios con la
lengua-. Entendido.
Atraviesan un vertedero. Brillan cristales rotos, están tirados una
tetera abollada, una muñeca con las piernas arrancadas, trapos, montones de
latas de conserva oxidadas... Ahora va delante el Escritor, su rostro tiene una
expresión malévola y tensa, tuerce el gesto. Una enorme zanja. La llena el cuerpo
medio desinflado de un aeróstato de la defensa antiaérea. VAn pisando la
superficie que cede bajo sus plantas, andan despacio, moviendo con cuidado los
pies, y de pronto el Escritor profiere un grito raro como graznido de un cuervo
y se detiene. Y empieza a empaparse. E1 liquido brota de su cuerpo atravesando
las ropas, le chorrea la cara, de los dedos agarrotados manan chorritos, los
cabellos se le pegan a las mejillas y después empiezan a resbalar en mechones
sobre el pecho y los hombros.
- Tranquilos, muchachos -profiére el Guia-. Nos hemos colado. ¡Túmbate!
-grita al Escritor-. ¡Prueba a tumbarte! ¡Y tú tambien, Profesor! ¡A tierra! No
te apures, no te apures... él se tumbará ahora...
El Guia y el Profesor se echan al suélo, pero el Escritor no puede. Los
calambres estremecen su cuerpo. Pero luego todo cesa igual de inesperadamente.
E1 liquido se va secando a ojos vistas. El Escritor está ya tan seco como
antes, pero en sus hombros y en el pecho cuelgan, sacudidos por el vientecillo,
secos mechones de pelo. Desfallecido, se tumba de costado. E1 Guia y, tras él,
el Profesor se levantan, se acercan cautelosos al Escritor.
- No es nada, no es nada -dice el Guia-. Ahora se levantará. Pues es
verdad, tiene suerte el demonio... Aqui a las buenas personas se les vaciaban
los ojos, y e1 no ha perdido, más que el pelo... Bueno, levántate, levántate,
no sigas tumbado...
El Escritor se incorpora trabajosamente. Se palpa la cabeza, mira los
cabellos en los dedos.
- Vamos -dice el Guia.-. De todas maneras no podrás contarlos.
Profesor, adelante.
Entran debajo de una red de enmascaramiento podrida por los años. Se ve
que aqui hubo en otros tiempos posiciones de ametralladoras: hay tirados
cajones de munición, ametralladoras hundidas en la tierra, cascos y caretas antigás
cubiertos de arena.
- Haremos un alto -anuncia el Guia.
Todos permanecen de pie inmóviles. Los rodea el silencio, só1o silba cl
viento, y susurra un periódico sucio y arrugado que se ha enrollado a una
pierna del Profesor.
- Aguarden -dice el Escritor-. No sé qué tengo en las piernas... me
fallan... - ¿Que ha sido? -pregunta el Profesor sin volverse.
El Escritor suelta una risita nerviosa, pero el Guia dice:
- No lo sé... Ha pasado, gracias a Dios. -Y gruñe mirando a los lados-:
¡Qué sitio de mala muerte!
Se acomodan a la sombra de la red de enmascaramiento. EI Guia escancia
alcohol en los vasitos que le tienden. Todos beben.
- Cómo anda usted de apetito, Profesor? -pregunta el Escritor,
mordiendo con asco un huevo duro. - Si le digo la verdad, no ando bien
-responde el otro. - ¡Que bien vendria ahora una cerveza! -suspira el
Escritor-. iBien fria! Tengo seco el garguero.
El Guia sirve otra copa a cada uno. EI Profesor le pregunta receloso:
- ¿Nos queda mucho todavia?
EI Guia calla, luego responde sombrio:
- No lo sé. - ¿Que dice el mapa? - ¿Qué va a decir l mapa? ¿Y es que
eso es un mapa? No tiene escala. Es verdad que el Zorro volvió en dos dias,
pero era el Zorro. - ¿Que Zorro? -pregunta el Escritor.
EI Guia se sonrie socarrón, enciende despacio un pitillo.
- EI Zorro, hermano, no hace pareja con nosotros. Empezó en los
primeros dias, me llevó a mi cuando creci. Era un gran hombre. Un as. - ¿Y por
qué era? -pregunta el Escritor-. ¿Es que ... ? - Si, si. Lo que piensas. Se iba
con uno o dos y regresaba solo. Con e1 tenian que haber ido. . . -Se rie de un
modo desagradable, trasladando la mirada del Profesor al Escritor y a la
inversa-. Por lo demás, hasta aquí habrían llegado con él tambien. ¡Bueno! -se
interrumpe-. Ustedes hagan lo que quieran que yo voy a echar un sueñecito. Pero
no armen ruido aqui... Y no se les ocurra pasear...
E1 Guia se queda dormido, poniendo la cabeza en la mochila. El Profesor
y el Escritor, recostando las espaldas en la pendiente arcillosa. Fuman y
platican:
- ¿Y que le pasó a ese As? –pregunta el Escritor. - Fue el único que
llegó hasta el lugar y regresó –responde el Profesor-. Volvió y en dos días se
hizo rico… Fabulosamente rico. El Profesor calla. - ¿Y qué? - Luego se ahorcó.
Al cabo de una semana - ¿Por qué?
El Profesor se encoge de hombros.
- Un caso raro. Pensaba volver allí, junto con. . . el nuestro. E1
nuestro fue a verlo a la hora convenida, y el Zorro estaba colgado. En la mesa
habia un mapa y una esquela
deseádole suerte. - ¿Y no seria que el nuestro le ...? - Si. Es capaz
-asiente de buen grado el Profesor.
Durante un rato fuman callados.
- ¿Y qué le parece a usted, Profesor, será verdad que existe ese lugar?
Donde se cumplen los deseos... - EI Zorro se hizo rico. Toda su vida habla soñado
ser rico. - Y se ahorcó… - ¿Pero usted está seguro que él iba a hacerse rico?
¿El Zorro? ¿Es que le dijo a alguien para qué iba a la Zona? Lo que pasa es que
el hombre nunca sabe lo que quiere. Es un ser complicado. La cabeza quiere una
cosa, la médula espinal otra y él alma otra... Y nadie es capaz de orientarse
en ese berengenal. En todo caso, aqui se trata de algo intimo. ¿Comprende
usted? ¡De un deseo intimo! - Cierto -corrobora el Escritor-. Usted lo dice muy
bien. Antes dije que venia aqui en busca de inspiración. Mentira. La
inspiraci6n me importa un comino...
El Profesor lo mira curioso.
EI Escritor continiúa, después de una pausa:
- Aunque quizá sea verdad que busco inspiración... ¿de donde voy a
saber cómo hay que llamar lo que yo quiero? ¿Y de dónde voy a saber que yo
quiero lo que quiero? Son cosas inaprensibles: basta mencionarlas y su sentido
desaparece, se diluye. Como una medusa al sol. ¿Lo ha visto alguna vez?
El Profesor baja los ojos y se pone a mirar sus uñas sucias y rotas.
- Vaya, vaya. A propósito, debo decirle que para usted... Si, para
usted es contraproducente ir allí.
El Escritor asiente hipócritamente.
- Si, claro, si, claro. . . Yo, desde luego, no soy un científico...
¡Usted es otra cosa! ¿Usted es un cientifico de verdad? ¡Entonces, claro! El
experimento, los hechos... La verdad en úiltima instancia. Pero, creo yo, no
suele haber hechos. No los suele haber en general y aqui, en la Zona, con mayor
motivo. Aqui todo ha sido inventado por alguien, ¿es que no lo siente? ¡Todo
esto es una invención idiota! Nos están engatusando a todos.¿Quién? No se
comprende. ¿Para qué? Tampoco se comprende. - A pesar de todo, seria
interesante saber quién y para qué - ¡No es eso! “Quién y para qué?” ¿Para que
sirven sus conocimientos? ¿que conciencia se hará más pura con ellos? ¿Que
conciencia se dolerá? ¿La mía? Yo no tengo conciencia, no tengo más que
nervios. Me critica cualquier canalla: abre una herida. Me alaba otro canalla:
Otra herida más… ¡A ellos les da igual lo que yo escriba! ¡Se lo tragan todo!
Pones el alma, pones tu corazón, y se tragan el alma y el corazón. Sacas la
porquería de tu alma y se tragan la porquería… Les da igual qué tragar. Todos
sin excepción son gente instruida, todos tienen hambre sensorial… Y todos
ronronean,
ronronean a mi alrededor: periodistas, redactores, críticos, damas
interminables… ¡Pero luego se jactan delante de sus maridos que yo me digné a
dormir con ellas! Y todos exigen: ¡dame, dame! Y yo doy, y siento ya asco, hace
tiempo que deje de ser escritor… Qué escritor del diablo soy yo si odio
escribir, si para mi escribir es un martirio, una ocupación desagradable y
vergonzosa, algo así como una dolorosa función fisiológica…
Calla súbitamente y permanece un rato con los ojos cerrados. Un tic
nervioso contrae su rostro.
- Yo antes creia que era necesario para ellos -prosigue en voz baja-.
Yo creia que alguien se hacia mejor y más honrado después de haber leido mis
libros. Más puro, más bueno... No soy necesario para nadie. Lo único que tengo
es la quinta. Con cuarto de baño. Me moriré, y a los dos dias me habrán
olvidado y se podrán a devorar a otro cualquiera. ¿Se puede dejar todo esto
asi? Yo queria rehacerlos a mi imagen y semejanza. Pero ellos me han rehecho a
mi a su manera. Antes el futuro era só1o la repetición del presente, y todos
los cambios se vislumbraban tras lejanos horizontes. Ahora no hay ningún
futuro. Se ha unido con el presente. Pero ¿están preparados para eso? Yo
intenté prepararlos, pero no quieren prepararse, les da todo igual, no hacen
más que tragar. - Vehemencia. . . -dice despacio el Profesor-. Mucha
vehemencia... ¡Pero usted esta dispuesto a hacer el bien a todos, señor
Escritor! - ¡Déjeme en paz! -responde el otro sin abrir los ojos. - No, no,
porque eso es muy peligroso, ¿se da cuenta? ¡Un benefactor vehemente!
El Escritor se sienta de un tirón y mira furioso al Profesor.
- ¿Qué es peligroso? ¿Qué es peligroso? Yo quiero tranquilidad,
¿entiende? ¡Tranquilidad! - Entiendo. Pero usted no se retira ahora al desierto
a buscar una vida tranquila. ¡Usted va a la Zona! ¡A ese mismo lugar!
El Escritor se echa nuevamente de espaldas y se tapa los ojos con la
palma de la mano.
- Oiga, yo no quiero discutir con usted. De la discusión nace la luz,
¡maldita sea!…
PARTE 4
La Zona (2)
El Guia abre los ojos. Permanece un rato tumbado, prestando oido. Luego
se levanta sigilosamente y, pisando con cuidado, sale de la sombra y se detiene
junto al Profesor y el Escritor, que estan dormidos. Los examina atentamente,
primero a uno y luego a otro. Su expresión es concentrada, y la mirada p!arece
medirlos. Finalmente, mordiéndose el labio inferior, ordena en voz baja:
- ¡En pie!
La angosta quebrada entre dos cerros está llena de un liquido viscoso y
turbio. Van por un chapoteante estriberón medio podrido. Sobre la superficie de
la ciénaga remolinea una niebla repulsiva. El Guia marcha delante, lo siguen el
Escritor y el Profesor. Respiran penosamente, se ve que están derrengados.
De pronto el Guia se detiene como si hubiera tropezado en un obstáculo
invisible. Está clavado y mueve la cabeza olfateando. El Escritor se detiene al
lado y, apoándose en la vara, toma aliento.
- Bueno... ¿Qué pasa? -pregunta. - Cállate. . . -dice en voz queda el
Guia.
Hace un movimiento para echar a andar, pero no se mueve del sitio. Mete
la mano en el bolsillo, saca una tuerca, va a lanzarla, pero no se decide. La
tuerca cae al suelo. Su rostro está livido y bañado en sudor.
- Eso si que no. . . -refunfuila.
Retrocede abriendo los brazos. Después, sin mirar, quita la vara al
Escritor y la hunde en la ciénaga junto al estriberón.
- Asi será más seguro. .. -murmura-. Venga, siganme.
Desciende con cuidado del estriberón y al instante se hunde hasta los
muslos.
- ¿Para qué? -pregunta quejumbroso y cansado el Escritor.
El Guia no responde. Tanteando el camino con la vara se va alejando del
estriberón.
En medio de la niebla caminan trabajosamente por el barro chapoteando
hasta la cintura, cayendo y levantándose, sumergiéndose hasta la cabeza,
escupiendo y tosiendo. No pueden detenerse porque el tremedal se los tragaría.
De pronto el Profesor se hunde hasta el cuello, forcejea para
incorporarse y tenderse de bruces, pero no lo consigue.
- ¡Socorro! -grita con las últimas fuerzas.
El Guia vuelve la cabeza. Su semblante refleja sincero, horror.
- ¿A dónde vas? -grita con voz ronca y, salpicando barro, se dirige
hacia el Profesor-. ¡La mochila! ¡Tira la mochila!
El Profesor menea la cabeza que sobresale en la superficie del barro.
- ¡La vara! -grita afónico-. ¡Deme la vara! - ¡Tira la mochila, te
digo! - ¡Quitate la mochila, imbécil! -chilla el Escritor, brincando impotente
en el barro. - ¡La va. . . -La cabeza del Profesor se hunde en la ciénaga,
reaparece y ruge con voz terrible-: ¡Dame la vara, animal!
Intenta agarrarse a la vara tendida, falla; luego la encuentra por fin
a tientas y se aferra a ella con ambas manos. Trepan trabajosamente a la cuesta
arcillosa y seca.
- Bueno, te habrias ido al fondo como una piedra -gruñe el Guia-. Y me
habrias arrastrado a mi. El Escritor se habria quedado solo arrastrándosc por
cl pantano. ¡No sueltas tu mochila ni a la de tres! - No habia que haberse
metido alli -replica el Profesor. - A ti no te importa donde decído meterme...
- ¡Pues mi mochila tampoco te importa a ti! - ¿Qué llevas ahí: un tesoro? -alza
la voz irritado el Escritor, pero cl Profesor no le hace caso. - ¡Parece
mentira! -dice-. ¡Vamos por un camino llano estupendo, y de pronto se mete en
esta... letrina! - Me lo dice el olfato, ¿puedes entenderlo o no? ¡El olfato! -
¡Menudo olfato! - Mira qué tonto cuatroojos! -El Guia se palmea en las
rodillas, de 61 caen pedazos de barro seco. - Mi vista a usted no le importa. Y
¡basta ya! Una estupidez detrás de otra. - No es ninguna estupidez. ¡Y a ti
habia que darte con esta vara entre las orejas! Dame la botella... Hay que ver:
por un par de pantalones sucios ha estado a punto de irse al otro barrio. -
¿Que pantalones? -pregunta el Escritor. - ¿Pues qué es lo que lleva en la mochila?
¿Conservas?... - ¿Que conservas ni qué narices? ¡Es que no pude quitármela, no
pude! ¡Me habria ahogado mientras me la quitaba, maldita sea! - Bueno. Basta. .
. -El Guia se levanta y, arrugando la frente, escudriña cl terreno-. ¿A dónde
hemos venido a parar? No conozco estos lugares... Porque el canalla del Zorro
no señaló nada en la ciénaga y alli hay algo... Claro, puede ser que apareciera
luego, después de é1... - A propósito -deja oir su voz el Profesor-. ¿El Zorro
fue el unico que llegó a aquel lugar? - No sé de otros. - ¿Y hubo quien se puso
en camino y no llegó? -pregunta de pronto el Escritor. - Si que hubo. Yo
también fui, pero no llegué.
- ¿Y para qué iban? -pregunta el Profesor. - Cada cual a lo suyo...
Principalmente por el dinero, claro. ¿Crees que no sé para qué vas tú? ¿Quieres
que lo diga? No te admitieron en la expedición y tú has decidido demostrar que
se equivocaron. ¡Y haces bien! ¿Entiendes? Quieres arreglar tus asuntos
personales, hacer algiún descubrimiento para dejarlos a todos con la boca
abierta. Que digan: mirale, resulta que nuestro Profesor es un hombre de valia.
Vayan y denle el Premio Nobel! - Bueno, ¿y usted? ¿A qué va usted?
El Guia calla un rato contrariado.
- Yo tengo mis asuntos... familiares. - ¿Como el Zorro? -pregunta
bajito el Profesor.
El Guia se vuelve bruscamente y lo mira, pero el Profesor yace con los
ojos cerrados, cruzados los brazos tranquilamente sobre el pecho.
- No me compares con é1 -pronuncia el Guia en tono amenazador-, Tú no
lo conocias, no lo viste nunca y a mi tampoco me conoces. Conque no hay que
compararnos. - Nadie conoce a nadie -dice el Profesor sin abrir los ojos. -
Dejelo, ya está bien. -dice irritado el Escritor-. Con lo que sale: ¡nadie
conoce a nadie! ¡Ni que fuera él binomio de Newton! Asuntos familiares...
Perdió los cuartos en las carreras, en casa no tiene nada de comer, no quiere
trabajar porque es un lumpen de nacimiento ... amigo de pimplar y de jugar a
las cartas. . . Y la mujer, claro, es una zarrapastrosa y una bruja, siempre dando
lata y pidiendo dinero... y un.montón de hijos, todos unos bandidos que no
salen de la comisaria... ¡Nadie conoce a nadie! ¡Con lo que sale!
Durante toda esta opinion el Guia se ruboriza, intenta decir algo,
interrumpir, pero no puede. Y solamente cuando el Escritor se calla, profiere
por fin…
- Más eres tú... Pero ¿cómo puedes decir eso de mi? ¿Qué sabes tú de
mi? Tú eres un escritorzuelo de mala muerte, vendido al mejor postor… Tú
deberías escribir en las paredes de los retretes, gorrón… Y mi hija, ¿qué sabes
tú? Tullida de nacimiento, ¿eso tú lo sabes? ¡Yo iba por la Zona, y ella lo
está pagando! ¿Es una criatura, pero la hacen rabiar porque está ciega y anda
con muletas! Todo lo que traía de la Zona lo gastaba en médicos, pero ellos no
prometen nada. ¡Buenos profesores están hechos! ¿Como ustedes!… ¡Ah, para qué
hablar contigo, pendejo!
Se levanta bruscamente y desaparece tras el cerro.
- No debia haberle dicho eso -dice el Profesor. - ¿Por qué? Vamos a
ver, ¿por qué? Todo lo que dice es mentira. Lo acaba de inventar. ¡Le veo el
juego! - No, no. Yo lo conozco hace tiempo. Su biografia es de miedo. Se hizo
stalker siendo un chiquillo, estuvo varias veces en la cárcel, se echó a
perder, y es cierto que la hija es mutante, -una victima de la Zona-, como
dicen los periódicos. Hace varios años trabajó de laborante en mi Instituto, de
manera que yo... - De todos modos miente. No se trata de la hija. Lo de la hija
se le ha ocurrido ahora por
primera vez en la vida. Simplemente al lumpen no le gusta que le llamen
lumpen. Necesita que lo traten con miramientos, que le sirvan en bandeja nobles
sentimientos... El conde, arrojando el guante, se alejó altivamente. Pero
volverá a casa con un saco, lleno de dinero, lo verá... - Se nota que tiene
buena mano. Bueno, no es eso.
Pausa. El Profesor se sonrie sarcásticamente:
- Que vuelve con botin, es la fortuna. Que vuelve vivo, suerte la suya.
Que le alcanzó una bala de la patrulla, potra que tiene. Y todo lo demás, el
destino. - ¿Qué sapiencia tan desalentada es esa? - Folklore local. Usted
olvida continuamente que estamos en la Zona. En la Zona no se pueden hacer
movimientos bruscos ni soltar expresiones ásperas. - Perdón. Pero no me gusta
que llenen de mocos filosóficos las cosas más elementales. - Bueno…¿Pero acaso
a usted le gusta algo, hablando en general? - Antes me gustaba escribir, pero
ahora no me gusta nada. Ni nadie. - ¿A usted no se le ha ocurrido nunca lo que
sucederá cuando todos crean en este lugar al que vamos? ¿Cuando se lancen aquí
miles, centenares de miles? -pregunta de pronto el Profesor. - Hoy ya son
muchos los que creen, pero ¿como llegar? - Llegarán, amiguito, llegarán. Uno
entre mil, pero llegará. Porque el Zorro llegó. .. Y el Zorro no es el peor.
Los hay peores. No necesitan oro ni tienen asuntos familiares. jArreglarán el
mundo,mi estimado! Reharán el mundo entero, a su voluntad, todos esos
frustrados emperadores de toda la Tierra, grandes inquisidores, führers de toda
calaña, bienhechores y benefactores... ¿Ha pensado usted en eso? - Con franqueza,
no -responde el Escritor. - Pues pienselo. Por lo que a mi se refiere, yo me
inclino a creer en los cuentos de miedo. En los bondadosos no, pero en los de
miedo si...
El Escritor, torciendo la boca, mira fijamente al Profesor.
- A pesar de todo, usted no comprende absolutamente nada de la gente
-dice por fin-. Otra vez los mocos filosóficos. Claro, es posible que llegue
alli a rehacer el mundo entero, pero, en realidad le importa un comino el mundo
y lo que quiere son mujeres, quiere aguardiente y cuanto más dinero mejor...
¡Porque les falta imaginación, Profesor! En último caso, ansiará de todo
corazón que a su jefe lo atropelle un automóvil… Comprenda de una vez, ¿de
dónde salen todos esos führers? O lo detestan las mujeres, o no lo valoran los
criticos, o le huele terriblemente el aliento... Usted, Profesor, se convencerá
personalmente cuando llegue al lugar... Porque yo a usted también lo conozco
muy bien. Lo tiene escrito en la cara que ha pensado hacer un bien monstruoso a
toda la Humanidad. Otro en mi lugar se habria asustado. Pero yo, ¿lo ve?, estoy
tranquilo. - Por mi está tranquilo -dice el Profesor-. Eso se ve. Nos mide a
todos con su propio rasero. No sé si de usted saldria un buen politico o
soció1ogo... Por mi está tranquilo. ¿Y por usted? - ¿Por mi? Bah, en mis
asuntos que no se meta nadie. A mi todo el mundo de ustedes me importa un pito.
En todo el mundo de ustedes no me interesa más que un hombre: éste. . . -El
Escritor se señala el pecho con el dedo-. ¿Vale algo este hombre o no? ¿Está de
sobra
en el mundo o a pesar de todo ha modelado su ladrillito de oro ... ? -
Oiga -dice el Profesor-. No hay que engañarse. Usted tan pronto dice que va
allá en busca de inspiración como en busca de la belleza o de tranquilidad... -
Pero cuando sepa lo que soy tendré tranquilidad, inspiración y belleza... - ¿Y
si se entera de que usted es una porqueria? ¿Si se entera de que no só1o no ha
modelado su ladrillito de oro, sino que se ha zampado el de otro? ¡Bonita
tranquilidad! - Eso, mi querido Einstein, ya no es cosa suya. Dediquese, por
favor, a su Humanidad, pero sin mi. - Si, si, comprendido. A mi lo que me
preocupa es otra cosa. A mi me parece que usted simplemente quiere que todos lo
dejen en paz y, a ser posible, para siempre. - ¡Palabras de oro! - He dicho
todos y, por lo tanto, también yo -dice el Profesor-. Por eso le ruego que
piense, de todos modos, para qué va usted. ¡Piénselo bien! Porque existen miles
de millones de seres que no tienen ninguna culpa de que usted sea un mierda.
Regresa el Guia.
- Basta de estar tumbados -dice-. Andando...
PARTE 5
La Zona (3)
Vagan por un camino vecinal cubierto de polvo finisimo. A cada paso El
polvo se levanta y pende durante cierto tiempo en el aire, inmóvil. A lo largo
del camino se prolongan decrépitos postes telegráficos. Hace mucho calor,
delante sobre el camino temblequea la colina. EI Profesor, que va el primero,
se detiene de pronto, se vuelve a sus acompañantes y profiere desconcertado.
- Alli hay un auto... Y su motor funciona... - No hagas caso -dice el
Guia-. Lleva ya veinte años funcionando. Vale más que mires al suélo y no te
apartes del centro...
Pasan frente a un camión nuevecito, como recién salido de la fábrica,
que esta junto al badén. Su motor funciona en vacio, del amortiguador escapa y
se extiende al viento un humillo azulado. Pero las ruedas están hundidas en la
tierra hasta el cubo y a través de la portezuela entreabierta y del suelo de la
cabina ha crecido un tierno arbolillo. En cierta ocasión, probablemente el
mismo dia de la Visita, el enorme camión transportaba por esta carretera en un
remolque especial un tubo largo, de un metro de diámetro, para el gasoducto. El
camión se estrelló contra un poste de la izquierda, y el tubo fue lanzado del
remolque atravesándose en el camino. Probablemente entonces fueron arrancados y
cayeron en mitad de la carretera los postes telegráficos y telefónicos. Ahora
en los alambres habia crecido una especie de estropajo rojizo que colgaba como
una cortina, cerrando el paso por la carretera. La boca del tubo está negra,
ahumada, y la tierra delante de él, carbonizada como si del tubo hubieran
salido más de una vez humosas llamas.
- ¿Hay que meterse ahi? -pregunta el Escritor sin dirigirse a nadie
concretamente. - Te meterás si te lo mando -dice con frialdad el Guia y recoge
varios guijarros de la cuneta-. Venga, apártense. -Toma impulso, arroja una
piedra a la boca del tubo y da un salto atrás.
Se oye como la piedra retumba y rechina dentro del tubo. El Guia
aguarda un poco y tira otra piedra. Se repite el retumbo y chinchin y se hace
el. silencio.
- Bien -profiere el Guia y se sacude despacio las manos-. Se puede. -Se
vuelve al Escritor-. Andando.
El Escritor quiere decir algo, pero só1o suspira convulso. Extrae del
seno una cantimplora plana, desenrosca presurosamente el tapón, toma varios
tragos y entrega la cantimplora al Profesor. El Escritor se limpia los labios
con la manga. No quita los ojos de la cara del Guia. Parece esperar algo. Pero
no hay nada que esperar.
- ¿Y bien? ¿Todo lo demás es el destino? -pronuncia con son risa
forzada.
Da un paso hacia el tubo. Se detiene ante las terribles fauces negras.
Mete despacio las manos en los bolsillos y se vuelve.
- ¿Y por qué he de ser yo? -inquiere enarcando las cejas-. ¿A santo de
qué? No voy.
El Guia se le acerca a corta distancia, y el Escritor retrocede un
paso.
- ¡Si, vas! -masculla entre dientes el Guia.
El Escritor niega callado con la cabeza. Entonces el Guia le pega en el
vientre y en la cabeza, lo agarra del pelo, lo endereza y le da de bofetadas.
- ¡Claro que vas! -gruñe impetuoso.
El Profesor intenta sujetarlo del brazo. El Guia sin mirar le da un
codazo que le acierta en la nariz y hace saltar las gafas.
- ¡Anda!
El Escritor se limpia los labios sangrantes, mira la palma de la mano y
mira al Guia.
- ¡Dios mio!. . . -exclama.
Una profunda repugnancia se refleja en su rostro, y sin decir palabra
lanza un espeso escupitajo a los pies del Guia, se vuelve y se introduce en el
tubo. El Guia retrocede presto, alejándose del tubo, y tira del Pro fesor. Del
tubo llegan sordos chirridos y porrazos, y la respiración entrecortada. El
Profesor se cala las gafas con manos temblorosas. Una grieta atraviesa uno de
los cristales. Cesa el ruido en el tubo.
- ¡Sigueme! -grita el Guia con voz ronca y se lanza a la negraboca.
Los dos salen del tubo a un recinto circular que tiene cierta semejanza
con un baile oriental. Seguramente aqui estuvo situado en otros tiempos una
especie de puesto de mando: hay mesas y sillas plegables, sobre las mesas,
varios teléfonos (todos descolgados), mapas topográficos medio podridos,
lapiceros desparramados. En el suelo hay cajas de conservas y botellas. No se
sabe por qué hay un cochecito infantil. El Escritor, sentado a una mesa,
descorcha una botella.
- Y está todo. ¿Quién dijo miedo? -pronuncia animoso el Guia.
Es evidente que está aqui por primera vez: mira con profunda
curiosidad, registra todos los rincones. El Escritor, forcejeando con la
botella, lo observa entre sombrio e irónico.
- Cuando yo digo que se puede ir es que se puede -prosigue el Guia-.
Dame, ¿por qué tardas tanto? -quita la botella al Escritor y la descorcha
hábilmente-. ¿Dónde tesirvo? ¿No tienes dónde? Bebe delgollete, tú el primero,
te lo mereces...
Mientras tanto, el Profesor recorre el local, colocando distraida mente
los teléfonos en sus soportes. EI Escritor le da un largo tiento a la botella,
después la apoya en la rodilla y se relame.
- ¿Qué? ¿Calienta? -inquiere animadamente el Guia-. ¡Ya se ve! E1 Zorro
pasó aqui unas horas, aqui descansó y se desahogó... Pero tú bebe, bebe, yo
tomaré otra entera, hay a montones. - Querido Chingachguk -enfatiza el
Escritor-. Yo comprendo que todos sus rodeos no son otra cosa que una forma
singular de presentarme sus excusas. Lo perdono. Una infancia desdichada, el
medio en que se crió, lo comprendo perfectamente. ¡Pero no se haga ilusiones!
¡Me vengare sin falta!
El Guia, atareado con una nueva botella, profiére:
- ¿En serio? - Si, si. Yo soy un hombre vengativo como todos los
escritores y demás artistas. Desde luego, no pienso liarme a trompadas con
usted y menos afin meterle un balazo entre las paletillas... Lo haré todo mucho
mis fino. Le clavaré debajo de su gorda pelleja tal aguja que el mundo le
pareceri un infierno. ¡En el mismo cerebro! ¡En el sistema nervioso central!...
En este momento suena el timbre de un teléfono. Todos se estremecen,
luego el Profesor toma indeciso el aparato.
- Si… -dice.
Una voz croante pregunta irritada por el interfono:
- ¿Es el dos-veinte, tres-cuarenta y cuatro doce? ¿Cómo funciona el
teléfono? - No tengo ni idea -dice el Profesor. - Gracias, es una prueba de
línea.
Se oyen cortos pitidos. Los tres se miran unos a otros y luego al
teléfono. Y de pronto el Profesor se vuelve de espaldas y marca rápidamente un
número. Su rostro tiene una expresión maliciosa.
- ¡Oigo! -responde una voz afónica de hombre. - Perdona, por favor, si
te molesto -dice él Profesor-, pero estoy impaciente por decirte unas palabras.
¿Me has reconocido, supongo?
Pausa.
- ¿Qué quieres? - Es el edificio viejo, la sala de calderas, cuarto
bunker. ¿He acertado? - Ahora mismo llamo a la policia. - ¡Ya es tarde!
-pronuncia jubiloso el Profesor-. Estoy fuera de su alcance. ¿Sabes dónde me
encuentro? ¡A dos pasos! Estoy a dos pasos del lugar, y tú ya no puedes hacer
nada. Llama a donde quieras, escribe delaciones, forma comisiones de
expertización médica, azuza contra mi a mis empleados, amenaza, haz lo que
quieras y cuanto quieras. Te
telefoneo para decirte que eres un cretino y que, a pesar de todo,
estoy a dos pasos del lugar.
Pausa.
- ¿Me oyes? -dice el Profesor. - ¿Tú comprendes que es el fin para ti
como cientifico? - Aguantaré. La cosa se lo merece. - ¿Comprendes que te espera
la cárcel? ¿Trabajos forzados? - ¡Basta! Estoy a dos pasos. ¿Crees que me
puedes asustar ahora?
Pausa.
- ¡Dios mio! -pronuncia por fin el invisible interlocutor-. ¡A lo que
hemos llegado! Hazte cargo. Porque tú hace ya tiempo que no piensas en el
trabajo. Tú no eres ni siquiera un Heróstrato, tú... Tú simplemente quieres
chingarme, echarme chinches en la cacerola de la sopa y te alegras de haberlo
conseguido... ¡Pero recuerda, demonio, por dónde empezó todo! ¡Qué ideas, qué
amplitud! Y ahora sólo piensas en mi y en ti. ¿Dónde están los millones y miles
de millones de que hablabamos, los millones, y miles de millones de seres que
no saben nada! ¡Dios mio, anda, anda! Concluye tu... infamia. Pero a pesar de
todo te lo recuerdo. Eres un asesino. Tú matas la esperanza. Cien generaciones
nos seguirán, y en cada una millones de personas te maldecirán y
despreciarán...
El Profesor busca febrilmente en el interfono, aprieta palanquitas,
pero la voz no calla.
- Seguramente ahora te importan un bledo mis palabras. Te sientes dueño
de la situación y no comprendes nada... ¡No cuelgues el teléfono! Oye lo que
tengo que decirte, se refiére personalmente a ti. La cárcel no es lo peor que
te espera. ¡Tú mismo no te lo perdonarás nunca! Lo sé, te veo ahorcado en el
retrete de la cárcel, colgado de tus propios tirantes...
El Profesor cuelga de golpe el teléfono y permanece algún tiempo
parado, sin volverse.
- Es divertida la conversación -comenta el Guia y bebe un trago de la
botella-. ¡Caramba con el mosquita muerta! - No hagan caso -dice el Profesor-.
Es simplemente el diálogo con un colega. -Se acerca a la mesa, se sienta y toma
la botella de las manos del Guia. Examina la etiqueta. - Beban, muchachos,
descansen -dice el Guia-. Beban, nos falta el último salto. -Se vuelve al
Escritor-. Bueno, ¿y tú por qué callas? ¿Qué querias decirme?
Por delicadeza evita mirar al Profesor.
- A mi se me ha pasado el disgusto. Por el asombro -responde el
Escritor-. Oiga, explorador, ¿es verdad que estamos a dos pasos del sitio? -
Bueno, tanto como a dos pasos no... Estamos cerca.
Sobreviene un largo silencio. Después el Escritor anuncia de pronto:
- ¿Saben lo que les digo? Hemos hecho mal en venir aqui. ¡AI diablo! Yo
no me lo imaginaba esto asi. No sigo adelante. - ¿Cómo que no sigues? -pregunta
el Guia. - Como que no. Ustedes vayan, yo los esperaré aqui. Los recibiré
cuando vuelvan felices y contentos... - No, hermano, eso no vale. - ¿Por qué?
¿Es que alli hay otro, tubo? -pregunta malicioso el Escritor-. Que pruebe el
Profesor. A él le toca. - ¿Qué tubo? ¿Qué tonterias dices? - No importa las
tonterias que diga. Lo principal es que no sigo adelante. Si por mi fuera, yo a
ustedes también... ¿Cómo los calificó el Profesor? ¿Benefactores? Yo tampoco
les dejaria ir a ustedes. - ¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? Faltan
dos pasos... - Lo importante no es lo que falta, sino lo que llevamos
recorriendo! -casi grita el Escritor,- Aqui nos hemos divertido estupendamente.
¡Y a lo que hemos llegado! - ¿Y a qué ha llegado usted? -inquiere el Guia con
voz ronca de la cólera. - ¿Yo? Dimelo tú ¿por qué se ahorcó el Zorro? - ¿Que
tiene que ver aqui el Zorro? -se indigna el Guia. - Yo te lo explicaré, pero
primero contéstame tú, ¿por qué se ahorcó? - Porque no fue por la riqueza, sino
por su hermano menor. - Conque por su hermano. - Fue la perdición del muchacho.
Lo llevó consigo a la Zona y en alguna parte lo puso en lugar suyo. Luego, a la
vejez, le remordió la conciencia y fue a la Zona para devolverle la vida al
hermano. Pero en cuanto llegó al lugar, de nuevo pudo más en él la codicia y en
vez del hermano quiso tener dinero. ¿Comprendes? - Magnifico -dice el
Escritor-. Es lo que yo pensaba. Pero tú explicame lo siguiente. ¿Por qué se
ahorcó? ¿Por qué no fue otra vez, ahora ya no por el dinero, sino por el
hermano?... ¿Eh? - Eso yo tampoco lo comprendo -dice sombrio el Guia. - Pues
yo, si. Y él tambien lo comprendió y por eso se ahorcó. Al Zorro lo que es del
Zorro y sólo del Zorro y nada más que del Zorro. Tú mismo me dijiste que en ese
lugar se cumplen solamente los deseos más recónditos. ¿Y qué vas a gritar
allí?. . . Quiero recuperar a mi único hermano, quiero la felicidad para todo
el género humano, denme inspiración!… En ese lugar se cumplen los deseos que
son tu natural, ¡lo esencial para ti! Deseos de los que tú no tienes ni idea,
que te dominan y te guian toda la vida. Eso es lo que le ocurrió al Zorro. Tú,
Angel mio, no has comprendido nada. No fue la codicia la que lo venció. El se
puso de rodillas en aquel lugar, suplicó con toda el alma, como a él le
parecia, con toda su conciencia enferma que le devolvieran al hermano, pero
recibió un montón de dinero y no podia recibir nada más porque al Zorro lo que
es del Zorro. Porque la conciencia, las torturas del alma son una ficción, un
invento de la cabeza. Pero el Zorro tenia su cogollo. Y cuando lo comprendió
así, fue… y se ahorcó.
PARTE 6
La Zona (4)
El Guia escucha al Escritor con la boca abierta.
- Yo creia que estaba jugando a un juego nuevo e interesante.- confieza
el Escritor.- Lo tomé como una aventura. Y de pronto comprendi, amigo, que no
era ninguna broma. Yo, a decir verdad, no creo mucho en esas maravillas. Pensé:
pediré alli algo, de todos modos son cuentos. Y luego escribiré. Porque de eso
nadie ha escrito nada todavia. . . No, Ojo de Lince, amigo mio, yo a esos
juegos no juego... - Oye, Profesor -dice el Guia desconcertado-, ¿qué le pasa?
¡Dile algo!
El Profesor se encoge de hombros.
- ¿Cómo es eso? -pregunta él Guia-. ¿Yo voy en busca de salud para mi
hija, para mi desdichada Monita, y resulta que recibo no se sabe qué? - Se sabe
-pronuncia cariñoso el Profesor-. Todo se sabe perfectamente. - Déjelo ya -le
interrumpe el Escritor, y se hace de nuevo un silencio embarazoso.
Después el Guia dice huraño:
- ¡Basta! ¡En pie!
El Profesor va delante sombrio, le sigue el Escritor y tras este, casi
pisándole los talones, el Guia.
- Bueno, no voy a mentir -refunfuña-. Cuando sali yo no pensaba en la
Monita, es cierto... ¡Pero ahora! ¡Por ella soy capaz de morderle la nuez a
cualquiera! Y tú me dices... - Oye, deja de murmurar -dice el Escritor sin
volverse-. ¿Por qué te metes conmigo? Yo no sé lo que tú de verdad quieres. ¡Y
tú tampoco! Y por Dios, no te distraigas. Mira el camino... Lo único que nos
falta ahora es darnos un trastazo...
Delante en la trémula calina se ve cl cangilón alzado de una excavadora
herrumbrosa. Y por fin se detienen ante la suave pendiente que lleva a Aquel
Mismo Lugar y miran hechizados abajo, al vallejuelo mágico. El Guia escudriña
la cuesta y advierte en la mohosa pendiente unas raras manchas negras.
- Bueno, ¡pueden decir que tienen suerte, muchachos! -dice con voz
ahogada-. Estiró la pata. - ¿Quien? -inquiere pasado un momento el Profesor. -
EI matarife. ¿Ven esos mocos negros? Ha estirado la pata el sapo. ¡Se acabó!
Podemos ir sin temor. - Ve usted, un matarife. . . -dice el Escritor
satisfecho, y se sienta en el suelo-. Bonito nombre. - ¡Más bonito no puede
ser, hermano! Aqui fue donde el Zorro gastó su última ganziúa de carne y hueso.
Se apodaba Kaschei el Inmortal, un tontuelo jovencito... - ¿Y tú también me
habrias empujado aqui? -interroga el Profesor-. ¿A mi? ¿A manos del
matarife? - ¿Pues qué te has creido? El tubo y el matarife algo valen.
Aqui só1o asi se puede salir adelante. No hay más que una probabilidad de cada
cuatro... ¡Una loteria! Pero en la Zona no se juega a juegos de azar... - Es
inconcebible -dice el Escritor-. Atravesar estos cerros mortales, asesinar a
dos amigos y todo por una bolsa de dinero... - En primer lugar -dice con dureza
el Guia-, aqui no se viene con amigos. Además, el stalker no suele tener
amigos. Su amigo es é1 mismo. Y, en segundo lugar, por dinero se hacen cosas
más tremendas. ¿O vives en la Luna? - ¿Y si yo no hubiera ido? -pregunta el
Profesor. - ¡Basta ya! -grita el Guia-. Hubiéra ido o no hubiéra ido... ¡Hemos
tenido suerte y se acabó! El tubo resultó vacio, el matarife estiró la pata,
¿creen que soy un sádico? ¿Piensan que me llenaba de alegria tener que
mandarlos a la muerte? Bueno, ¿quién quiere ir primero? ¿No quieres ser tú?
-dice al Escritor-. Te lo has merecido...
El Escritor mueve enérgicamente la cabeza.
- No. Ya he dicho que no voy. Simplemente quiero mirar esa maravilla
con mis propios ojos, Soy un escéptico. - ¡Puf! ¡No tengas miedo, te digo que
ha estirado la pata! Bueno, si quieres, yo iré primero. ¿Tú no estás en contra?
-pregunta al Profesor. - Vaya, vaya... no faltaba más -responde el Profesor-.
Yo nunca pensé acercarme alli ni pedir... - ¿Cómo que no pensaste? -profiere
malévolo el Guia-. Entonces, ¿a qué has venido aqui? Porque yo no te convenci
para que vinieras... Tú mismo lo pediste, ¡ofreciste dinero!¿Cómo que no
pensaste?
En vez de responder, el Profesor imita al Escritor y se sienta en el
suelo, poniendo la mochila entre las rodillas.
- ¡Qué barbaridad! jMiren si son idiotas! -dice desconcertado el Guia-.
Han arriesgado la vida, han pasado por todo, han llegado ¡y miren con lo que
salen! ¡Se sientan tan tranquilos! - Y hacemos bien -dice el Escritor-.
Siéntate tú también. Hay que descansar un poco antes del regreso. - Este tonto
se ha quedado calvo, a ése lo espera la policia en la ciudad... ¡Pide por lo
menos que te devuelvan el pelo! - Quien perdió la cabeza no llora por el pelo
-dice el Escritor-. ¡Déjalo estar, Angel de la guarda, no te ofendas! Siéntate
con nosotros, tomaremos un bocado, beberemos un trago de coñac... y a casita
con la ayuda de Dios. - ¡Eso faltaba!¡A casita! -grita el Guia crispando los
puños. Da media vuelta resueltamente y se encamina hacia la cuesta. Sus pasos muy
decididos al primer momento van perdiendo energia hasta que se detiene
desconcertado. Después da media vuelta y con la misma decisión regresa sobre
sus pasos. - ¡Está bien! ¿Puedes explicarme por qué no vas tú? -dice al
Escritor-. ¡Pero francamente y sin charlataneria! - No tengo inconveniente. Me
da miedo. No me conozco y no me fió de mi. Lo único que
sé con toda seguridad es una cosa: a lo largo de mi vida en mi alma se
ha acumulado mucha porqueria. No quiero echarsela encima a la gente y luego,
como, el Zorro, meter el cuello en la soga. Vale más darme a la borrachera
tranquila y pacificamente en mi asquerosa quinta. ¡Ánda, anda! Pero no creas
que porque estamos vivos no nos has asesinado. ¡Nos has asesinado, nos has
asesinado! Aunque estamos vivos. Y no confies. ¿En qué puedes confiar con un
natural como el tuyo? Lloras 1ágrimas de arrepentimiento por tu hijita... Tú,
perdóname, pero eres como aquel bandido que tenia los brazos manchados de
sangre hasta los codos y llevaba en el pecho un tatuaje que decia: ---No olvido
a mi madre querida---. . . Cálmate, Stalker. No nos hemos desarrollado
suficientemente para merecer Este Lugar, no teniamos que haber venido aqui en
busca de la felicidad... - Si hubiera estado limpio de polvo y paja es posible
que yo tampoco hubiera venido!-grita iracundo el Guia. - Hablá la burra de
Balaam! -profiére sofiador el Escritor. - No comprendo -farfulla el Guia,
menéando desesperado la cabeza-. Yo no comprendo... - ¡Suerte que tienes si no
comprendes! Vete allá y lo comprenderdá en seguida, pero entonces
ya...¡perdona! Porque tú siempre te has puesto muy alto, más que todos los
demás... Hombre de hierro,altivo y libre, pero, en realidad eres un bestia y
nada más. Y volverás de alli hecho un tullido, arrastrándote como una liendre
medio muerta y cubierto de verguenza o hecho una fiera tal que en comparación
contigo el Zorro parecera un Angel. Se acabó. ¡Déjame en paz!
Mientras discutian, el Profesor habia sacado de la mochila un macizo
cilindro al que el sol arrancaba pálidos destellos. El cilindre, no tenia
esferas ni escalas, só1o un disco parecido al del teléfono en el centro, de la
parte superior.
- ¿Qué es eso, Profesor? -pregunta el Escritor. - Una mina atómica. -
¡Atómica? - Si. De veinte kilotones. - ¿De dónde la sacó usted? ¿Y para qué? -
La montamos entre mis amigos y yo... quiero decir, mis antiquos colegas.
Decidimos que hay que destruir este lugar. Yo sigo pensando lo mismo. No da
ninguna felicidad a nadie. Pero si cae en malas manos... Da miedo pensarlo.
Pero ahora ya no sé... Después empezaron a decir que esto es una maravilla y
una esperanza, que no se puede matar una maravilla y que no hay que matar la
esperanza. Reñimos. Solamente los cientificos saben reñir así. Ellos
escondieron esta mina, pero yo la encontré . . -Alza los ojos-. ¿Ustedes
comprenden? Yo sigo completamente seguro de que todo esto hay que volarlo y que
se lo lleve el diablo. Es muy fácil: se marcan cuatro números y dentro de una
hora... En fin, jamás volverá a venir nadie aqui.
Calla un rato, despuésañadió:
- Y jamás en la Tierra volverá a haber un lugar asi. - Pobrecillo. . .
-dice bajito el Escritor-. Vaya un problemita que se ha buscado... -
Comprenden, es un principio general -dice el Profesor-. No hagas nunca nada
irreversible. Pero mientras esta lacra esté abierta aqui, para nadie
habrá descanso ni sosiego... Ni descanso ni sosiego...
Y en este momento estalla el Guia.
- ¡Malditos séan! ¿A qué diantre me habré juntado con ustedes? -brama-.
¡Intelectuales de pacotilla! ¡Charlatanes! ¡Debia haber ido, haber tomado el
dinero, sin saber ni pensar en nada, viviria a todo tren, como viven las
personas! iMe han armado, un lio! ¡Me han roido el alma, parásitos! ¿Y qué hago
ahora yo? ¿Eh? ¡No puedo hacer nada! No puedo ir allá ni quedarme aqui... ¿Quiere
decir que todo ha sido infitil ni habria nunca nada más?
Agarra al Profesor de los hombros.
- ¡Entonces vuélalo, mándalo al infierno! ¡Entonces que no sea para
nadie! ¡Al menos será de algún provecho!
Se lleva las manos a la cabeza y se bambolea. Luego repentinamente
queda inmóvil.
- ¡Oye! -susurra con voz ronca a la cara del Escritor-. Bien, yo no
valgo... Pero ¿y mi mujer? Por mi hija, ¿eh? iNo yo, no yo, mi mujer! Es una
santa, lo único que tiene es a la Monita. Mi mujer, ¿eh?
Sé abalanza al Profesor.
- ¡No! ¡No hagas eso! ¡No se debe! ¡No la toques! No hay otra
esperanza!
EI Profesor aparta sus manos. El Escritor y el Guia contemplan
hechizados cómo el Profesor desenrosca con esfuerzo la parte superior del
cilindro, la levanta, arranca unos cables que salen de alli y empieza a
desmontar y romper, arrojando lejos pieza tras pieza.
En este momento se pone el sol y sobreviene la oscuridad.
Última
Parte
Otra vez la cafeteria
El local está vacio, Tras la barra trajina un corpulento camarero de
sucia chaquetilla. Nuestros personajes se han sentado a una mesa en un rincón:
sucios, andrajosos, con barba de varios dias. Ante Cada uno hay una jarra de
cerveza medio vacia. Perora el Escritor.. - ...Yo me figuro este edificio como
un templo gigantesco. Todo lo que ha creado la imaginación, la fantasia y el
osado pensamiento del hombre son ladrillos, ladrillos de oro con los que se han
levantado las paredes de este templo: filosofia, libros, lienzos, teorias
éticas, tragedias, sinfonias... hasta, ¿por qué no? las ideas cientificas
fundamentales más audaces. Todo eso pase. . . En cuanto a vuestra tecnologia,
los altos hornos, las cosechas, todo ese tráfagoo para trabajar menos y jalar
más, son los andamios, los cabrios... Naturalmente, son necesarios para
construir el templo, sin ellos el templo seria absolutamente imposible, pero
ceden, se desmoronan, son levantados de nuevo, primero de madera, luego de
piedra, de acero, de plástico, finalmente, pero no pasan de ser cabrios para
levantar el gran templo de la cultura, objetivo magno e infinito de la
humanidad. Todo muere, todo se olvida, todo, desaparece, queda só1o este
templo... Hablando con franqueza, la Humanidad en general existe únicamente
para...
El Profesor toma un sorbo de la jarra y gruñe:
- ¿Y usted se atreve a responder a la pregunta de para qué existe la
Humanidad? - No me interrumpa –ataja el Escritor-. Eso es descortesia.
¡Unicamente -continúa- para producir obras de arte! Imágenes de la verdad
absoluta. Eso, por lo menos, es desinteresado...
Pausa. De pronto el Escritor se sonrie irónico:
- Es una broma -añade casi turbado-. Aqui la cerveza... ¿Esto es
cerveza? ¿Qué les parece, nos tomamos otra ronda? - Yo no tengo más dinero
-dice el Profesor. - Y yo tampoco, -profiere con voz decaida el Escritor. -
Usted presumia de que le fian en todas partes -dice irritado el Profesor al
Escritor. - ¡Si! -responde el otro desafiante-. ¡En todas partes! Menos aqui.
El Guia echa sobre la mesa varias monedas menudas mezcladas con basura,
mueve las monedas con un dedo contándolas.
- Aqui tienen -dice-. Hay bastante para otras dos jarras. Vivimos.
En este momento junto a la mesa aparece el camarero, coloca con
destreza ante ellos jarras llenas con copetes de espuma y retira las jarras
vacias. Mirándolo, él Guia, con aire compungido, golpea con la sucia uña la
exigua pila de monedas. EI camaréro hace un gesto tranquilizador y desaparece.
- ¡Es un lector mio! -anuncia con aire significativo el Escritor-. ¡Me
ha reconocido!
El Guia y el Profesor lo miran -su semblante sucio y sin afeitar, cl
enorme cardenal que le rodea el ojo derecho, el trapo ensangrentado que le ha
caido sobre la frente-, lo miran y despues, sin decir palabra, beben largo rato
de sus jarras.
- No -dice el Guia-. Esto no es beber, muchachos. Ahora mismo le
telefoneo a mi mujer y le digo que me traiga dinero.
El Escritor lo sujeta de la manga.
- ¿Para qué? Voy a telefonear a cualquier redacción...
El Guia lo rechaza.
- Tranquilo... Soy yo quien convida y no tú. No te muevas.
Se acerca al teléfono automático, marca un núrnero y en este momento ve
por la ventana a su mujer que se dirige a la cafeteria. Cuelga el teléfono y
retorna a la mesa. La mujer se acerca a la mesa y dice al marido:
- Bueno, ¿Qué haces aqui sentado? ¡Vámonos! - Ahora mismo -dice-.
Siéntate un poco. Siéntate con nosotros. ¿Es que llevas prisa?
Ella se sienta de buen grado, lo toma del brazo y recorre con la mirada
al Escritor y al Profesor.
- Saben ustedes -dice-, mi mamá estaba en contra de que me casara con é1.
Porque é1 era un auténtico bandido. Le tenia miedo toda la comarca. Era guapo
ágil como... Pero, mi madre decia: si es un stalker, si es un suicida, si se
pasa la vida en la cárcel. ... y los hijos. Recuerda, decia, los hijos que
suelen tener los stalker ... Yo no discutia con ella. Todo eso lo sabía
perfectamente: que era un suicida, que se pasaba la vida en la cárcel, sabia lo
de los hijos. Pero ¿qué podia hacer yo? Estaba segura de que con é1 seria
feliz. Sabia, claro, que también pasaria muchas penas, pero pensaba: más vale
una felicidad amarga que una vida gris. Pero, puede ser que todo esto se me
haya ocurrido ahora. Entonces é1 se me acercó y me dijo cariñosamente: - “¡Oye,
vente conmigo!" Y yo me fuí. Y nunca me arrepentí. Nunca. Las pasamos mal.
Tuve que aguantarme el miedo. Me daba verguenza y a pesar de todo no me
arrepentí nunca y no envidié a nadie. El tampoco se arrepintió ni envidió. Es
que el destino es así. La vida es así, nosotros somos como somos. Y si no
hubiera penas en nuestra vida, no habria alegrias. Seria peor. Porque tampoco
habria una felicidad así ni habria esperanza. Eso es. Y ahora tenemos que
irnos. Vámonos. La Monita se ha quedado sola.
Se ponen en pie.
- Estos son mis amigos -dice el Stalker-. Hasta ahora no he conseguido nada
más...
Se van. El Escritor y el Profesor miran como se alejan.